Geografía, Historia e Ingeniería, la relación entre tres disciplinas fundamentales en el desarrollo social
Lunes, 29 Julio, 2024Una nueva publicación del número 425 de Cimbra, la revista de Ingeniería Civil del Colegio de Ingenieros Técnicos de Obras Públicas. En este caso, analizamos la relación necesaria entre Geografía, Ingeniería e Historia para la resolución de problemas sociales de primer orden. Un estudio del Colegiado Juan Manuel Sánchez Valderrama que nos arroja luz sobre la necesaria transversalidad de las tres disciplinas.
Introducción
La intensa y profunda relación entre Geografía, Historia e Ingeniería Civil se construye a lo largo de la existencia del ser humano, acumulándose en forma de experiencia, desde el Neolítico hasta el tiempo presente. No se entienden las unas sin las otras. Cada vez es más utilizada la Ingeniería para eso que se ha dado en llamar Ingeniería inversa, aplicada en este caso a las grandes construcciones civiles que nos han llegado desde la antigüedad. Asimismo, cada vez es mayor la aplicación de los métodos y de las técnicas de la Geografía para entender la evolución del paisaje y del uso histórico del territorio. El clima, por su parte, marca claras sincronías con la historia. Las tres disciplinas se entrelazan en una relación simbiótica, para una mejor comprensión del cambiante mundo que nos rodea.
Muchos de mis alumnos se preguntan y me preguntan por qué han de estudiar Geografía cuando ellos, en realidad, han iniciado sus estudios atraídos por la Historia. Mi respuesta corta suele ser que una no se concibe sin la otra, o dicho en afirmativo, la Historia se entiende conociendo la Geografía. Aquí voy a dar la respuesta larga, entrelazando además la Ingeniería como ciencia aplicada que se apoya tanto en la Geografía como en la Historia.
El homo sapiens lleva viviendo en este planeta unos 200.000 años, de ellos podemos establecer que los últimos 12.000, lo que conocemos como Holoceno, son los que consideramos como civilización.
Traducido en términos prehistóricos, el final del Paleolítico Superior y el inicio del Mesolítico, coincidirían con el comienzo del Holoceno.
Situados en este contexto, podemos observar que el barniz civilizador que nos cubre apenas alcanza el 6% del tiempo que llevamos hoyando este planeta como sapiens. En ese escaso periodo de tiempo, hemos sido capaces de cambiar nuestro mundo tratando de adaptarlo a nuestra escala.
Y esa escala tiene que ver con la Geografía, de hecho, es la base que sustenta todo lo demás o, quizás, resulte más preciso llamarlo el conocimiento geográfico.
Primeros asentamientos
Si hablamos de los primeros asentamientos de grupos sociales afines o familias extensas, la cuestión primordial que se les plantearía a la hora de elegir la localización es de índole urbanística: dónde, cómo y por qué serían las preguntas más elementales. El emplazamiento ya no era temporal, sino definitivo, así que la cercanía del agua, la protección frente a los vientos, las lluvias torrenciales, frecuentes o escasas, la existencia de un suelo fértil, la orientación para los fríos inviernos o para los veranos tórridos o la protección frente a grupos hostiles, serían asuntos fundamentales a los tratarían de responder. Todos íntimamente relacionados con la Geografía y la Ingeniería.
Una vez establecidos en un área determinada y cubiertas las necesidades básicas, surgiría la necesidad de intercambiar excedentes con otras comunidades y, con ella, la movilidad geográfica.
Existen dos formas de entender la manera en que los seres humanos avanzaron en sus conocimientos: una de ellas es la espontánea, es decir, aquella que afirma que se lograron los mismos resultados en comunidades alejadas entre sí por la propia iniciativa e inventiva de sus pobladores. La otra es la difusionista, que alega que el conocimiento se difundió a través de las vías de comunicación abiertas por los mercaderes y viajeros.
Ambas opciones son válidas. Sin embargo, la segunda es la más predominante en mi opinión. Supone la conexión terrestre o marítima de comunidades separadas cientos o incluso miles de kilómetros. Tomemos como ejemplo la Ruta del Ámbar que conectó el Báltico con amplias zonas del Mediterráneo en la Edad del Hierro: comunidades separadas por amplias distancias y de la que nos hablan historiadores romanos como Plinio el Viejo (Historia Natural. libro 37, capítulos 11-12) o Tácito (Germania, 45). Estas rutas no se limitaban al comercio, sino que debían comportarse como autopistas de la información, trasladando avances y conocimientos en ambos sentidos.
Significa que el conocimiento geográfico, desarrollado a través de la confección de mapas, de la apertura de vías de comunicación, del trasiego de mercaderías y de personas, era vital para el proceso civilizador.
Los mapas se convierten en una forma de transmitir conocimiento geográfico. Se conocen rudimentarios planos desde el Paleolítico, grabados en la roca, en murales, sobre arcilla, piel o hueso, trazando rutas para encontrar agua, lugares de caza o la forma de regresar al abrigo.
Son una abstracción de la realidad que nos rodea, una representación esquemática en la que tratamos de reproducir lo que vemos de un área determinada, situando sus principales accidentes o singularidades. Sin embargo, sus implicaciones van mucho más allá que esas sencillas representaciones. Mediante este simple instrumento, el ser humano se ha ubicado sobre el terreno, ha sido capaz de transmitirlo a otros y, posteriormente, introducir cambios en el paisaje, utilizando técnicas constructivas aplicadas a ese territorio, ya sea en forma de ciudades, de caminos, de delimitaciones de propiedad, de canales o de cualquier otra actuación antrópica.
En el caso de las vías de comunicación: hay que ir más lejos. ¿Cómo se definía el trazado de esas vías? En zonas desérticas, era necesario aprovisionarse de agua; en áreas de montaña, era preciso encontrar los mejores pasos; en los cursos de los ríos, era inevitable su cruce, las ciudades eran punto de paso obligado.
En resumen, la Geografía, en sentido amplio (es decir, aplicada a mapas, a orientación, a Geología, a Geomorfología, a clima, y a Astronomía), debió considerarse como un conocimiento sin el cual no era posible transitar por el mundo.
En principio, las veredas serían suficientes, el ser humano se desplazaba por ellas con el conocimiento heredado de generaciones pretéritas, tradición oral y experiencia. Sin embargo, su carácter local las haría escasamente útiles para las grandes distancias, además de que, con el tiempo, se tornarían demasiado angostas para el tránsito de mercancías.
Tras la invención de la rueda, se inició el uso de energías ajenas a las propias del ser humano, comenzando con la tracción animal, que proporcionaría el primer propulsor para que se pudiera transitar más rápido y con mayores cargas.
Ello implicaba la apertura de vías más amplias, con trazados asequibles para la circulación de estos vehículos, tanto en planta como en alzado, que permitieran su paso. Podemos ver en la Imagen 1 (ver en el artículo completo) las huellas dejadas por los carros íberos en la roca caliza por su paso ininterrumpido durante generaciones.
El Imperio Romano
Avanzando en el tiempo, vemos cómo el Imperio Romano se apoya en la tecnología aplicada al desarrollo urbano, al agua y a los caminos como tres de sus ejes civilizadores principales, los tres íntimamente relacionados entre sí y con el conocimiento geográfico aplicado mediante el uso de la Ingeniería.
Las vías de comunicación transforman el territorio, convirtiéndose en rutas de penetración para el ejército que, en primera instancia, abre camino del mismo modo que, salvando las distancias, la tecnología GPS. Esta fue desarrollada para uso militar, aunque fue su uso civil lo que revolucionó nuestra manera de posicionarnos en el espacio y, por ende, de desplazarnos.
Aplicado a las vías del mundo romano, el cambio de paradigma que este aplicó fueron las secciones transversales (anchura para que dos carros se cruzaran), trazado (planta y perfil longitudinal), puentes, firmes de calzada, drenaje longitudinal y transversal y, sobre todo, su amplia aplicación unificada. Todo ello hizo que el mundo se hiciera más transitable, con el consecuente incremento del intercambio de bienes y servicios.
De igual modo, el concepto de ciudad evoluciona y se desarrolla mediante la incorporación de agua en abundancia. A través de los acueductos, de nuevo es Roma la que introduce un profundo cambio de paradigma: las aldeas fortificadas, el oppidum prerromano alimentado con pozos, será sustituido por urbes de mayor tamaño, sin fortificación perimetral, que albergan poblaciones mucho mayores debido a la existencia de canales de decenas de kilómetros que permitían el abastecimiento y su posterior drenaje, de manera regular y constante, a esas comunidades.
El uso del ejército como fuerza de choque primero y de romanización después, a través de asentamientos de veteranos, es bien conocido. Sin embargo, su uso como fuerza constructora queda en un segundo plano pese a estar ampliamente avalada con trabajos de importancia en la apertura de vías, campamentos permanentes, puentes y, en general, construcciones civiles de todos los órdenes. De hecho, son los Ingenieros militares los pioneros y la vanguardia constructiva en obras civiles, como queda atestiguado en los registros epigráficos en los que las militares dejan testimonio de su participación en todo el territorio romano.
En las legiones, el trabajo de los denominados inmunes abarcaba un amplio espectro en el mundo de la construcción dentro de cada legión. Los datos tomados de fuentes textuales y epigráficas nos hablan de tres de categorías de técnico: architectus (Ingeniero Civil), librator (nivelador) y mensor (topógrafo); y seis de personal de obra, structor (albañil), lapidarius (cantero), tignarius (carpintero), tector (enfoscador), pictor (pintor) y scandularius (colocador de tejas).
La columna de Trajano es otro ejemplo en el que se atestigua el uso de las legiones. Así, se aprecia cómo trabajan portando la loriga segmentata (en la Imagen 3), elevando un muro al que aportan bloques de piedra previamente tallada. En la Imagen 4 (ver artículo completo en la web), por ejemplo, se aprecia la tala de árboles y su posterior uso para construcción.
Cabe recordar, por último, que Julio César (Comentarios a la Guerra de las Galias IV.17) construyó un puente de madera sobre el Rin con el único fin de cruzarlo, dar un escarmiento a los germanos y regresar tras desmantelarlo, todo ello con sus legiones.
Condiciones climáticas
Considerando las cuestiones climáticas como parte inherente de la Geografía, vemos cómo estas afectan a la Arquitectura, la Ingeniería, y en general, a la construcción: sus métodos, materiales y la propia tecnología empleada se han adaptado al clima predominante haciendo que se produzcan importantes diferencias entre unos lugares y otros, dando lugar a comportamientos culturales y sociales distintos que se han visto afectados por factores climáticos, tanto en su organización, como en su carácter o evolución.
Del mismo modo, la vestimenta con la que nos cubrimos se ha acomodado al clima dominante, haciendo que su desarrollo esté íntimamente ligado a las condiciones ambientales.
El movimiento entre grupos sociales, a través de vías de comunicación, trazadas por razones orográficas y geológicas, pero también climáticas, ha hecho que las migraciones o las conquistas territoriales resultaran más o menos complicadas dependiendo de las dificultades para transitar por ellas.
El inicio, el desarrollo y el final de muchas guerras han tenido como desencadenante factores climáticos derivados de movimientos de población empujados por cambios bruscos en las condiciones atmosféricas puntuales o permanentes. El empuje de los pueblos de las estepas del este de Europa hacia lugares donde prosperar hizo tambalearse al mismísimo Imperio Romano.
Las propias batallas se han visto influenciadas por las estrategias adoptadas que dependían del clima. Aníbal y la batalla del lago Trasimeno es un buen ejemplo de cómo este utilizó en su estrategia tanto la posición geográfica como el clima de la zona para derrotar al ejército romano.
Por supuesto, no hay que olvidar que la propia extinción de comunidades humanas y no humanas también tiene que ver con la evolución del clima.
En la Gráfica 1 (ver artículo completo) se establece una interrelación entre lluvia, temperatura e historia, comenzando en el final de la Edad del Hierro, pasando por el Imperio Romano y la Edad Media hasta alcanzar el tiempo presente. Se marcan con franjas más oscuras eventos singulares registrados en la historia de la humanidad.
Las oscilaciones térmicas se definen en el eje vertical derecho, considerando el cero como ausencia de anomalías. Así podemos ver un acusado descenso térmico en las migraciones celtas del año 400 a.C., en el inicio del Imperio Romano, en su final con un periodo de importantes desplazamientos desde el este de Europa en el año 400 d.C. La bajada de temperaturas se aprecia en los albores de la Edad Media y en el final, hacia los años 1300-1400, en los que las hambrunas y la peste hacen mella en la población europea, las denominadas modernas migraciones. En este caso, desde Europa hasta el continente americano, también coinciden con un corto y brusco descenso térmico que afecta de manera singular a Irlanda. En el tramo final, puede verse el incremento térmico que vivimos representado por valores de hasta +3ºC de anomalía climática.
Las lluvias se representan por sus totales en la vertical izquierda. Con picos de hasta 275 mm y valles de 75 mm, la media es de aproximadamente 200 mm anuales. Los periodos más secos coinciden con los inicios de la Edad Media, aunque en general se han mantenido relativamente estables a lo largo de los 2.500 años representados.
En la Gráfica 2 (ver artículo completo), podemos observar de manera más clara lo que se aprecia en la Gráfica 1. En este caso, la línea se establece para temperaturas medias sobre la superficie en el Hemisferio Norte y oscilan sobre la línea de los 15ºC para los últimos 11.000 años, es decir, desde el final de la última glaciación. Sobre ese eje horizontal vemos en azul las zonas en las que las temperaturas son inferiores y, en color naranja, aquellas en las que son superiores. Como puede verse en la gráfica, su relación con la historia humana resulta evidente.
Como curiosidad y evidencia de lo indicado, se puede ver en la Ilustración 1 un grabado de la Feria de Hielo de Londres de 1683. En ella, se aprecia la instalación de carpas, carros, barcas y personas sobre un río Támesis completamente congelado. Así, el año coincide con lo indicado en la Gráfica 1, sincrónico con la guerra de los 30 años y un corto pero acusado descenso térmico.
El clima, como parte de los factores geográficos determinantes, han condicionado la historia del ser humano y las soluciones de Ingeniería que se han aplicado para diferentes territorios, haciendo de la adaptación al medio una necesidad inherente al homo sapiens.
Geografía e Ingeniería Civil
El uso de la Geografía como herramienta para la ejecución de las más importantes obras de Ingeniería Civil que las diferentes civilizaciones nos han legado, permiten una mejor comprensión histórica basada en el discernimiento de lo que va más allá de lo que vemos: emplazamiento, estudio del terreno, trazado, orientación o análisis del clima (precipitaciones, horas de sol, estaciones…) son algunas de las cuestiones geográficas que hicieron posible su adecuada ejecución y que hoy nos transmiten no solo su durabilidad y belleza sino también un conocimiento que a cualquier ingeniero civil actual le suena y mucho.
Existe, en resumen, un lugar en el que Geografía, Historia e Ingeniería se dan la mano para, desde la interpretación del territorio, la comprensión del pasado y el desarrollo de cada vez más avanzadas técnicas de Ingeniería, poder alcanzar el futuro.
Autor. Juan Manuel Sánchez Valderrama, Ingeniero Civil, Graduado en Geografía e Historia, Máster en Técnicas Avanzadas de Investigación Geográfica, Histórica y Artística y experto en Tecnologías Avanzadas para la Gestión y Documentación del Patrimonio Cultural. Director Gerente de la Empresa de Aguas de Ceuta, Profesor Tutor de Geografía en el centro asociado de la UNED en Ceuta y escritor.
Puedes ver el artículo completo en el número 425 de Cimbra, la revista de Ingeniería Civil del Colegio de Ingenieros Técnicos de Obras Públicas.