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Cimbra Histórica. Ferrocarril de Navacerrada a Cotos

Viernes, 15 Enero, 2021

Hoy, en la sección mensual “Cimbra Histórica” del Colegio de Ingenieros Técnicos de Obras Públicas, recogemos uno de los artículos del número 8 de la revista de Ingeniería Civil Cimbra, correspondiente a los meses de marzo y abril de 1965. 

En este caso, el autor analiza la prolongación del ferrocarril de Navacerrada a Cotos y la historia de las infraestructuras principales de conexión entre las sierras de Madrid y de Segovia.

Hace pocas semanas, se ha inaugurado el ferrocarril eléctrico de vía estrecha desde la Estación del Puerto de Navacerrada hasta la nueva de Cotos. Se trata del primer tramo de la línea que en su día enlazará con el ferrocarril de Madrid a Burgos, en la estación de Gargantilla de Lozoya.

La Sierra está de enhorabuena y, en especial, los aficionados a las excursiones y deportes, tanto de verano como de invierno. Hasta ahora, la zona más visitada era la del Puerto de Navacerrada, a la que se tiene acceso por la carretera de Madrid a Segovia y por el ferrocarril de Cercedilla, que bordea Siete Picos y termina prácticamente en las Castillas, es decir, en lo alto del Puerto.

En verano, la carretera que parte de este último punto y llega a Cotos, para luego seguir al Monasterio de El Paular, Rascafría, etc., proporciona un delicioso paseo, pero no ocurre así en invierno, en que las nieves no permiten al tráfico y, por ello, esta parte queda inaccesible.  

Por otro lado, al localizarse los estacionamientos en la cima de Navacerrada, los domingos y festivos es prácticamente imposible aparcar los vehículos, debido a las  que el auge de la afición a la sierra ha experimentado en estos últimos años.

La inauguración del nuevo ferrocarril abre al público una zona que, para el deporte de invierno, reúne excelentes condiciones de espacio y pistas.

El itinerario que sigue el nuevo tramo del ferrocarril es de una belleza incomparable, no solamente en algunos puntos, sino en toda su longitud. 

Pero volvamos hacia atrás el libro de la historia y pensemos… Cuando nos situamos en el mirador de Las Dos Castillas, situado en el límite de las provincias de Madrid y Segovia, contemplamos a nuestros pies los inmensos bosques de pinos de Balsaín, un poco más allá los de La Granja y, en la lejanía, la enorme llanura de Castilla La Vieja, de la que emergen como unos oasis Segovia y varios pueblos blancos, junto a la nieve de las crestas de Peñalara y Siete Picos. Luego, la llanada se pierde hasta el horizonte, como si fuera el telón de fondo de un decorado de verdes y ocres.

Estos bosques de la Sierra y los pastos de las laderas sur hasta Manzanares el Real formaron una zona que ocasionó disputas entre los segovianos y el Concejo de Madrid, lo que más de una motivó la intervención real.

En el año 1152, Alfonso VIII resolvió a favor del concejo de Madrid, la posesión de “los montes y de las sierras que están entre la Villa de Madrid y la de Segovia”, limitando la posesión “desde el Puerto del Berrueco, que divide el término de Ávila y Segovia, hasta el Puerto de Lozoya, con todos los montes, sierras y valles intermedios”. Sin embargo, es Sancho IV quien, en sentencia de 1287, entrega la comarca a los segovianos.

Siguen los pleitos y, como curiosidad y antecedente de la hora actual en Madrid y su abastecimiento de agua, diremos que Juan I donó, en 1383, el Real de Manzanares (centro de la comarca en litigio) a su mayordomo D. Pedro González de Mendoza, quien dos años más tarde moriría en el desastre de Aljubarrota por salvarle la vida. 

Pero dejemos la parte baja de la sierra y subamos hasta el Monasterio de El Paular, en el valle del Lozoya, entre pinares frondosos y casi al pie de Peñalara, antes denominado Liruela.

El Monasterio se comenzó reinando D. Juan I por encargo que le dejó su padre D. Enrique II. Un privilegio de D. Juan II, fechado en Valladolid el 15 de mayo de 1432, dice lo siguiente: “El Rey D. Enrique, mi bisabuelo, que Dios dé santo paraíso, por cargo que tenía de un Monasterio de la dicha Orden de Cartuxa, que ovo quemado andando en las campañas de Francia, e por descargo de su conciencia, mandó al Rey D. Juan mi abuelo, que Dios dé santo paraíso, que ficiese un Monasterio complido en los sus Reynos de Castilla, según Orden de Cartuxa”. 

El Monasterio tuvo una época de grandiosidad, ya que incluso, con los bienes sobrantes, se fundó en 1414 la Cartuja de Granada. Después de la exclaustración y las guerras, lo dejaron abandonado y derruido. Hoy día, está en fase de reconstrucción. 

Cuando la prolongación del nuevo ferrocarril de Cotos pase por las cercanías de El Paular, muchos descubrirán la belleza de la zona y las maravillas incomparables del Monasterio, que encierra numerosas y magníficas obras de arte.

Cuando Felipe V visitaba el Monasterio de El Paular y luego se dirigía a La Granja, viajaba generalmente por unos “caminos de ruedas” que hoy en día son el Puerto de Cotos y la carretera hasta enlazar con la de Madrid a Segovia. Y digo generalmente porque a veces se acortaba el viaje por el camino que ya entonces se llamaba del Reventón, por sus penosas subidas y bajadas, cuyo trayecto iba directamente de El Paular a La Granja. 

A partir de Felipe V, estos lugares fueron escenarios de visitas regias frecuentísimas, en especial, para diversiones y cacerías. Así nos dice el infatigable Ponz en la Carta V de su “Viaje por España”:

“Los bosques y altos cerros del territorio, cubiertos de robledales, pinares y otras espesuras, son la cosa más propia para que se críe toda especie de caza mayor, como venados, gamos, jabalíes, etc., diversión propia para soberanos y grandes señores, como lo ha sido en todos tiempos”. 

Muchos años después, pero hace ya cuarenta o cincuenta, comenzaron los madrileños a descubrir la sierra de Navacerrada y, lentamente, fue poblándose de edificios, de albergues de montaña y de refugios.

Aún viven, gracias a Dios, muchos de los pioneros de la sierra. De vez en cuando, la prensa publica reportajes de los primeros tiempos del excursionismo y del esquí, en cuyos tiempos subir a Las Dos Castillas era casi una proeza y, pasar un día en Cotos, poco menos que una aventura. 

Hoy, el nuevo ferrocarril, deja estos lugares al alcance de cualquier fortuna, por muy pequeña que sea. Solo hacen falta, según la época, un par de esquíes, un buen morral y, sobre todo, un gran amor a esa naturaleza que Dios nos ha regalado para nuestro divertimento y solaz. 

Autor. Enrique Garrandés, Ayudante de Obras Públicas.